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Mostrando entradas de febrero, 2017
Podría decirte: Podría decirte que hay abrazos que duran toda la vida, cuando cierras los ojos. También podría contarte que hay personas que aparecen cuando ya no se espera a nadie y te hacen temblar cimientos, estrenar sentimientos y perder completamente la cordura en ellos. Podría pedirte que me volvieras a besar, más importante aún, que volvieras a hacerme reír y que me hicieras olvidar los miedos debajo de las sábanas una vez más. Pero yo no pido nada a nadie, si lo tengo que pedir, ya no lo quiero. Podría decirte que tu espalda se dibuja con mis besos y mi frente con sólo uno, de tus labios; que tu ingle tiene un punto de temblor y otro de ardor en el lado contrario, que en tu piel podría perderme un otoño, siete meses de invierno o unos días de verano, y que me hubiera gustado que me cogieras de la mano, así de simple e ingenuo, mientras paseábamos. Podría decirte que me quedé con ganas de morderte la risa en distintos lugares, desde un sofá a una cafetería, un banco en un parqu
El amor es frío un domingo por la mañana, una manta de ale hop que siempre acaba escogiendo ella y un sofá en el que por muy pequeño que sea, siempre caben dos, aunque te pisen una pierna o su cabeza secuestre tu brazo hasta que lo insensibilice. Es Netflix o HBO. Las negociaciones para escoger que ver y unas cuantas horas de abrazos y besos entre pausas para ir al baño o pausas para el sexo. Es algo en lo que piensas en el trabajo, en el metro o en cada rato que tu mente te redirige a ella. Un rostro parecido, un mensaje o ese parque al que deseas volver de su mano. Son tiempos muertos, de espera. Un gif de un corazón roto que dice, o pretende ser, un te echo de menos.  Conversaciones que no se acaban a la luz de las velas o bajo neones de discoteca. En ese rincón de cigarro y excusa porque dentro, entre subwofers, tacones y camisas de botones forzados, las palabras no llegan. El amor se basa en actos, gestos, palabras. También en lágrimas, dolor, cambio y sensaciones y miedos, a
Permíteme que te lo diga, pero puedes con todo. No me cuentes cuántos exámenes tienes, ni cuántas hojas tiene cada tema. Tampoco me hables del desorden de tu mesa, ni de los fluorescentes que llevas ya gastados. No me importa. Ni siquiera me importa el planning que te has hecho para llegar a tiempo. No me lo cuentes. Que me da igual. No pierdas el tiempo en eso. Cuéntame mejor que quieres llegar a cumplir ese sueño. Y explícame que no te vas a rendir ni un solo segundo. Porque las batallas más duras están para los valientes. Valientes como tú y valientes como Yo! De nada sirve rendirse. Así que mira hacia delante, porque lo mejor aún está por venir. ¿Te lo vas a perder? Dime que te levantas cada mañana con los ojos pegados pero que la fuerza de voluntad siempre le gana a la pereza. Y que los días se hacen más largos que tus propios apuntes, pero que más larga será la fiesta harás cuando hayas llegado a la meta. Porque llegarás. Lo sé. Y lo sabes. No importa el camino, ni los bache
Querido… No, querido no, porque ya no te quiero. Suena rotundo. Sin embargo, tú lo denigrarás a considerarlo como algún otro de mis tantos momentos dramáticos. Lo tomarás, por tu propio (y detestable) ego, como otro intento para recuperarte. Como si, verdaderamente, me quedaran motivos para quererte de vuelta. Aún tengo presentes todas esas cosas que hice por ti, todas esas cosas que te di. Pero, a decir verdad, cada detalle lo siento como un lamento. A cada imagen de los detalles que te di, le encuentro un chantaje. A mí tampoco me quedaba más amor que pudiera darte. Quizá yo, en nuestra relación, fui quien quería más. Y, sin embargo, dejarte, significó que al menos uno de los dos se hartó de ser cobarde. He crecido, he cambiado. Ha pasado tiempo desde que no te recuerdo (ni con rencor ni sin él). Saliste de mi vida. No por alarde al cuento de “dejar entrar a alguien mejor,” sino sacar lo que no cabía. No cabían más lágrimas, no cabía más rencor, no cabía más tristeza, no cabías